“Surge el mundo infinito de la poesía, la manera única de cada creador de adentrarse en el fondo de su alma y tocar mágicamente su entorno, para alcanzar esa respuesta etérea que lo libera hacia su propio cielo o le sepulta, en caos de su propia realidad”. (Diccionario de Escritores Caldenses - Fabio Vélez Correa, 2015).
miércoles, 15 de marzo de 2017
RETRATO
Pintó su retrato en las horas de la tarde.
Su perfecto retrato, sus ojos, su cuello y una lágrima en sus mejillas, perfecta, redonda, libre.
Sopló y con aire llenó su frente,
besó sus labios y les untó el rojo carmesí de los suyos.
Besó sus ojos y los dejó abiertos, presentes, contemplantes.
Abrió la ventana y arrojó el retrato,
lo vio cobrar vuelo en la mitad de la caída y luego chocar contra el suelo,
se hundió en la tierra y la miró desde el verdor de su patio.
Cerró la ventana y se quedó inmóvil viéndolo.
Perfecto, tan bello.
Corrió hacia el patio y se sentó a su lado.
Lo besó de nuevo y le contó una historia, luego otra y otra
hasta pasar la tarde junto a él.
Anocheció recostada en su marco,
sintió las gotas de la aurora en sus pies,
vio gaviotas atravesando el sol del medio día.
Escurrió sus ropas a la luz del atardecer.
Vio nacer las estrellas, luego el sol y la luna,
llena, menguante, nueva, creciente y otra vez llena.
Escupió el retrato y mordió el marco.
Pateó el retrato y lo abrazó.
Se durmió tantas noches junto a él y lo vio siempre igual,
perfecto e igual, siempre igual.
Un día cuando el musgo rodeaba sus zapatos,
se cansó de él y volvió a su casa, detrás de la ventana.
Lo miró día y noche, al sol, al agua, al viento, a la luna.
Seguía igual, siempre perfecto e igual.
Se llenó de ira y arrojó un fósforo sobre él.
Pero seguía igual, perfecto e igual.
Entonces se preguntó si el maldito retrato
estaba contagiado de la misma brujería que su corazón.
Cerró los ojos y su amor por él,
tal como su retrato,
seguía igual,
perfecto e igual.
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