jueves, 14 de abril de 2011

II


Después de Paulo, Manuela vivía su soledad al lado de Rosaura y se juraba a sí misma, porque a Rosaura no tenía que prometerle nada, que no volvería a amar. Un 17 de Enero lo había conocido, era un joven que llegaba a vivir con ambas en un arrebato de locura por eso de empezar la carrera de su vida y ser lo que su padre siempre había querido que fuera.
Los ojos de Paulo eran pequeños y tenían la sinceridad de un niño que había vivido poco. Manuela trataba de apartarse de él, quizá porque intuía el desorden que ese chiquillo traería a su monótona, sola, pero tranquila vida.
Un día mientras ambos almorzaban, Manuela contempló la simplicidad del pequeño Paulo mientras jugaba a las carreras con ella. Volteó la mirada pero inevitablemente él se dio cuenta de su curiosidad. En tono de reto y con un poco de malicia infantil le dijo –le gané Manuela- a lo que ella respondió con un gesto indiferente.
En menos de lo que Manuela pudo comprender, comenzó a caminar con Paulo por las calles, a recorrer ese parque que tanto le gustaba y en el que siempre iba a leer su destino. Los días de aquel mayo se volvieron dulces, limpios, llenos de risas y certezas.
“Te amo” era constante entre besos y abrazos, y el dulce humor de Paulo llenaba de infantiles sueños los motivos de Manuela. Se aferraba a la certeza de un amor que ante todo era entrega. Paulo se robaba sus besos, sus miedos, vencía la oscuridad de sus tristezas y le daba alas a sus percepciones intuitivas del alma.
Una mujer tan infinita como Manuela, no podía amar con límites normales, por eso en su afán de dar amor nunca se limitaba por la falta de madurez de aquel pequeño Paulo. Lo amaba intensamente y por eso Paulo llegó a ser sol, lo que inevitablemente la hizo apostar todo para establecer algo profundo, sincero y duradero con él.
Rosaura jamás criticó aquella forma de actuar en Manuela, porque sabía que por su naturaleza era una mujer de entregas totales, que no necesitaba mayor certeza que la de su propio corazón dispuesto a todo para luchar por algo o por alguien. Más de una vez le limpió sus lágrimas con la camisa de dormir y la abrazo tan fuerte que le impidió sentirse sola en esa decisión.
Como no amar a un pequeño lucero matutino que sonreía con toda la trasparencia de un arroyo y contenía en sus palabras la sabiduría de quién sabe cuántos ancestros.
Al fin después de tantos intentos se fueron a vivir a la vieja ciudad de la que venía Paulo. Construyeron un jardín con sueños de hijos, atardeceres enredados contándose cuentos y fascículos de la vida juntos. El desierto de aquella ciudad, calmaba un poco la ansiedad de Manuela, pero también doblegaba su espíritu y la hacía perder sus ideales. Entre soles de mediodía y gritos de mercado, fue perdiendo su esencia, a lo que se sumó la intromisión de los parientes de Paulo en los asuntos que solo eran de ambos.
Cuando ya el cansancio había vencido su amor, Manuela, tomó la decisión de irse, aún sabiendo que con su partida se iba la vida de Paulo, el sueño de tener una familia y tantas cosas tan lindas que ambos se habían prometido. No fue fácil hacerlo, pero su corazón no aguantaba tanto peso y el hecho de llevar sola la responsabilidad de esa unión.
Nunca se dijo nada, como en un complejo acuerdo con la memoria de olvidar lo pactado y no pasar por una desenfrenada búsqueda de curas para su mal de amores. Ahora Manuela, no hacía duelos de lo perdido y solo se sostenía en sus propias convicciones para no caer en falsas torturas y desilusiones.
Sin embargo, con la llegada de Carlos, su tristeza inevitablemente reapareció. Comenzó a sospechar de su falta de juicio para lograr trazar una vida junto a alguien y se culpó mil veces, aunque sabía que con eso no sanaba sus heridas, de aquella inevitable separación que sufrió con Paulo. Se preguntó tantas veces si su infinita esencia no era también su infinita soledad y la responsable de no haber podido concretar algo con alguien a quien tanto amaba.
Algunos sentimientos crecen en el fondo del corazón y lo inundan todo, las ventanas, las sábanas, los pasos en las ciudades, las esquinas de los puertos… y eso no puede detenerlo ni siquiera la más firme promesa de no volverse a enamorar. Por eso, comenzó a escribir las cartas que no había hecho para Paulo y decidió explicarle el origen de su adiós. Carlos le movía tanto el alma que ella sabía que no podía amarlo simplemente como algo pasajero, por eso iniciaba al fin ese proceso de reparación que había dejado pendiente por aquello de: los sueños que no se cumplen nos van haciendo más fuertes, más sabios, más etéreos.
Así Manuela, en medio de fugaces intentos de no perder más su razón y esperanza. escribió la primera frase para Paulo, “Petite Li, no llores más, la vida es un dolor profundo, el amor es una lágrima constante y la ilusión, siempre es ilusión”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿por qué recordar es morir de arrepentimiento y amar es vivir de sueños inciertos?